La práctica físico-deportiva no es una parcela que haya permanecido ajena al conjunto de cambios que ha experimentado una sociedad como la nuestra, regida por principios democráticos y caracterizada por la pluralidad y el deseo de cambio en todos los órdenes.
El siglo que recién ha terminado ha sido la centuria en la que definitivamente hemos asistido a la eclosión del deporte femenino. La diversidad en la oferta de actividades físicas ha actuado como un catalizador de los anhelos femenino por integrarse al mundo deportivo. Este fenómeno de integración de la mujer al marco deportivo se ha plasmado especialmente en las artes marciales. Superados definitivamente los tiempos en los que se atribuían facultades masculinizantes al deporte y en los que se orientaba a las niñas hacia actividades mal llamadas “propias de su sexo”, como la danza. Las mujeres de nuestros días se embuten sin prejuicios en su kimono y se aplican con deleite al aprendizaje y perfeccionamiento de disciplinas como el karate, el kick-boxing, taekwon-do o la defensa personal, poniendo de manifiesto que los límites al rendimiento no son de carácter sexual, sino que sólo los pone la valía y el esfuerzo personal de cada individuo las vemos con sus hijos en los diferentes gimnasios y los gimnasios adecuándose a las nuevas legislaciones de protección a la mujer y sus hijos.
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